sábado, 29 de noviembre de 2014

CONFLICTOS ENTRE INDIVIDUO Y SOCIEDAD



Froilán Salaya - froilansalaya@gmail.com - 1549271554
EDUCACION TOTAL
CONFLICTOS ENTRE INDIVIDUO Y SOCIEDAD

           Debemos advertir que un pueblo, una sociedad o el mundo todo, es lo que en su horizontalidad social expresa cada individuo. No lo que expresan sus extremos individuales, bajos o altos. Estos en todo caso son hitos, pero no el camino ni la terapéutica sedante de una sociedad congruente, capaz de reflejar bienestar general. El empezar desde abajo nos conducirá a una evolución donde apreciemos lo humanístico, rompamos las conductas y situaciones fóbicas, el estrés, el miedo y la agresión y tantas formas hoy culturalizadas, habituales y conflictivas que nos privan del placer de vivir en amor, fe y armonía. Querámoslo o no, es nuestro futuro. Para que así sea, debemos propenderlo desde los estratos más bajos, para ir ascendiendo a una totalidad íntegra. Sólo así cada individuo pasará a ser (como es natural que sea) el átomo o célula social. Sólo así la neurosis de angustia, la histeria, las neurosis obsesivas, las infiltraciones psicóticas, la melancolía y tantos problemas psicopatológicos de esta sociedad y mundo fragmentado, confuso, miedoso y contradictorio, desaparecerán del individuo. Éste lo reflejará porque el mundo, como la sociedad, es la sumatoria constitutiva de ellos. Algunos vivimos, con crisis agudas de manifestaciones viscerales y psicopatológicas. Otros tenemos pensamientos compulsivos y obsesivos hasta lo ritual, con la magia de lo obseso. Hay delirios insanamente pasionales, y son trasladados a sectores sociales lábiles y pasibles de caer en delitos, crímenes y manicomios, que en gran medida también, son producto de nuestros modos de relación. Por lo tanto, será de utilidad, para la educación total y permanente, que toda la sociedad revise sus posibles esquizofrenias, sus frecuencias en función de edad, sexo, biotipología, herencia, carácter psicotípico, factores neurobiológicos, psicosociales, familiares, educativos, económicos, religiosos, políticos y culturales para edificar la paz. Para que así sea habrá que reverbanderas, líderes y espiritualidades que sólo sirven a una fracción social descuidando lo integro y global,   que constituye la educación total.
          Si observamos la vida de las personas, veremos que se  desenvuelve en un clima de conflicto, que podríamos decir, tiene lugar entre dos combatientes. Por un lado están las necesidades que le restan bienestar y felicidad. Por la otra parte, están los factores que satisfacen esas necesidades, que vienen condicionadas por la sociedad y por el medio, en forma de obligaciones, que unas veces podemos cumplir y otras no. Estoy pidiendo unas satisfacciones, tengo unos deseos y espero que me sean satisfechos por el exterior, pero el exterior, ya lo veremos, a veces satisface, a veces no. Además el exterior actúa sobre mí de un modo activo, influyéndome, condicionándome. Y, de esta dialéctica, de esta interacción, surgen los conflictos.
            Las necesidades individuales se sienten primero. Se trata de las necesidades de desarrollo y satisfacción a nivel físico, tales como una vivienda, seguridad, alimentación, estabilidad económica etc.
           Después se hacen sentir las necesidades a nivel vital, nos referimos a los instintos que buscan expresarse junto a necesidades afectivas a nuestros sentimientos y sensaciones más profundos, y a intentar realizarlos positivamente en la expresión de la vida. También está la necesidad a nivel mental, intelectual, por la que nosotros queremos comprender, conocer tanto a nosotros mismos como al mundo que nos rodea y entendernos con él.
           Luego está el grupo de necesidades sociales. Estas son las necesidades de sentirnos integrados con la sociedad, con un grupo, con el resto de las personas. Lo cual tiene como finalidad el sentir que: pertenecemos a un conjunto, que formamos parte de él, porque sí "me siento completamente solo y excluido del grupo, tengo un sentimiento frustrado de soledad, de angustia". Aquí vemos otra vez el conflicto de que la persona está buscando por un lado, independencia, el respeto a su propia personalidad, (quiere ser ella misma, quiere tener originalidad) y, por el otro, necesita desesperadamente que la sociedad la comprenda, la acepte, la admita. Necesita sentirse funcionando junto con los demás. Vemos como las personas tienden a ir a otros lugares donde hay otras personas, aunque unos y otros no se conozcan y estén sin decirse nada, El hecho de sentirse en compañía es una expresión sencilla, simple, de esta necesidad de sentirse integrados solo por la presencia física. Además sienten la necesidad de ser útiles en la sociedad. Mi relación ha de ser positiva en relación con los demás. No estoy viviendo a expensas del resto. Mis ingresos de dinero y la satisfacción de mis necesidades se compensan con lo que la sociedad me da, y estoy colaborando para que todo funcione más y mejor. Y en otro escalón superior, siento la necesidad de que la sociedad como unidad, funcione bien y que las demás personas tengan bienestar. Aunque yo viva bien, si veo que los demás pasan muchas necesidades, muchas dificultades, a medida que mi sensibilidad va madurando, esto hace que me sienta mal, incómodo, desagradable.
            Sin darme cuenta, van surgiendo en mí las necesidades espirituales hacia todo lo que es el bien, una aspiración de tipo ético, inclinaciones y necesidades hacia todo lo bello, armónico, estético; una tendencia hacia el conocimiento de la verdad, de la evidencia de las cosas, un sentimiento y una inspiración de amor con una felicidad en grado superior que me erotiza escalofriantemente como una participación a sentir un poder supremo y manifestarlo en la vida real. Aquí vemos una gama de necesidades que vivimos, cada cual en grado diferente, pero que en un sentido u otro, están en todos nosotros.
          Vemos que la sociedad actúa sobre los demás satisfaciendo muchas de las necesidades individuales.
            Si no fuera así, el individuo moriría porque no está dotado para subsistir por sí mismo. Necesita cuidados desde su infancia, necesita que se le enseñe, que se lo proteja, que se lo ayude, que se le den medios, tanto en el aspecto físico como en el afectivo e intelectual. La sociedad, en forma de la familia, de la enseñanza, del ambiente en general, proporciona la satisfacción de esas necesidades, o por lo menos, un número importante de ellas. Pero no las satisface todas y muchas veces, no las satisface del todo.
          El hecho es que, a cambio de satisfacer nuestras necesidades, la sociedad ejerce una acción directa y activa sobre cada individuo. Primero impone como en un molde todos sus valores y conductas. La sociedad nos dice lo que es bueno y lo que es malo. Nos dice cómo nos debemos conducir para ser valorados, nos dice cómo hemos de pensar, cómo hemos de actuar, en qué consisten nuestras virtudes y nuestros defectos. Así la sociedad nos va dando normas que se convierten en exigencias constantes. Es decir, nos obliga a ser sólo como ella quiere y cada vez que yo no obedezca, recibiré la crítica, la oposición e incluso el rechazo de la sociedad. Sociedad, repito, representada por la familia, luego por el círculo de amistades, por la educación, por la esfera laboral, y por todas las personas con las cuales tengo una relación o una proyección social. Por lo tanto, yo no puedo dar rienda suelta a mis caprichos, a mis impulsos; debo subordinarme a lo que es el bien común. En este sentido, las normas que nos da la sociedad son correctas. El problema está en que la sociedad nos impone estas normas como exclusivas, como únicas. La sociedad nos dice que hemos de ser esto, pero al hacerlo, excluye cualquier otra cosa, y éste es el problema. La sociedad da sus normas de acuerdo sólo a su conveniencia y no de acuerdo al bien total de cada individuo. Este es un conflicto porque la sociedad a la vez es la suma de sus individuos, y ésta no satisface todas las necesidades individuales, sólo trata de satisfacer todas las necesidades sociales esforzándose por que todo converja hacia ella y que el individuo le sea útil.
       ¿Y qué es ser útil desde el punto de vista social?. Significa ser una persona de orden, integrada, que acepta y cumple las normas como salidas de un mismo molde, el creado por la sociedad misma. Incluso en la familia, lo que se nos enseña es esto. En cambio, las necesidades de orden individual, quedan insatisfechas, y sólo satisfaciéndolas, podremos llegar a vivir en plenitud. Ahí está la culminación del conflicto. En cambio, la sociedad tiene otros puntos de vista, y en lugar de velar por la plenitud del individuo, quiere que seamos útiles sólo a sus valoraciones. Esto vuelve a provocar en una sensación de angustia, de frustración, donde por un lado la sociedad me ayuda y por el otro se opone a mi libertad, a mi espontaneidad.
      ¿Qué resultados provocarán estos conflictos?. Examinémoslos: Primero, yo me desarrollaré en modo deficiente, y no podré expresar todo mi potencial energético, especialmente en lo vital y afectivo. Esto implicará una deficiencia en mi personalidad, porque la sociedad me ha enseñado que debo ser muy obediente, muy bueno, muy pacífico. No me estimula para que toda mi vitalidad, emociones, sensaciones y sentir, salga y se exprese en la vida real. Por lo tanto, mis energías no encuentran un camino de salida, y se les impone una norma de censura, como si fueran cosas específicamente malas, ya que pueden valerme la represión, la crítica o el rechazo de los demás. Así se produce en mí una insuficiencia de desarrollo, podríamos decir, una pobreza espiritual que es lo que me debilita; es como si mi personalidad, mi yo,  estuviera muerto y no pudieran, en sí, manifestar la experiencia de hacer vivir y me saca posibilidades de conciencia. También me produce inseguridad e insatisfacción que se manifiestan bien en forma de timidez o bien en forma de agresión.
      Otro resultado que me trae el no satisfacer mis necesidades individuales, es que me siento desgarrado por lo que me viene impuesto desde afuera, y por las necesidades que me vienen impuestas desde adentro pero que no están permitidas y que otra vez establecen conflicto. Es decir, vivo como entre dos fuerzas antagónicas: la que a mí me gustaría aplicar pero no puedo, porque está prohibido, es peligroso, despertará iras, burlas y críticas. Razón por la cual debo estar constantemente vigilando, controlando, ordenando lo de adentro y lo de afuera. Ocurre que la mente, (que vigila, ordena, guarda etc.) debido a este eterno conflicto existencial, pasó a tener un lugar primordial en mí y voy trasladando todo a la mente. De este modo dejó de serme útil porque ya no percibo los hechos tal cual son; porque el conflicto me obliga a ver las cosas entre lo  que deseo y lo que puedo o no puedo; lo que debo y lo que no debo. Y ya mi mente no es objetiva y no refleja la vida real. Es lo que los psicólogos llaman alienación de la personalidad. Es decir, estar físicamente en un lugar sin percibirlo en su realidad. La mente así es netamente egocéntrica, al servicio sólo de uno mismo, de los conflictos internos. Sólo refleja lo que yo deseo, lo que yo temo y debo estar constantemente viviendo sólo en la mente y no en todo mi ser y por lo tanto menos en la totalidad de la vida. Me separo así más y más de lo que es mi espontaneidad, mis sentimientos más profundos y mis más fuertes y valientes impulsos, y sólo vivo entre lo que se puede y lo que no se puede. vivo rotulando todo lo exterior de acuerdo a lo que me es útil y lo que no me es útil, me sirve o no me sirve, me ayuda o me es perjudicial, actitud ésta que se puede definir como guiarse por el miedo. Entonces también las personas dejan de ser tal cual son y para mí, sólo pasan a ser símbolos o imágenes con una valoración positiva o negativa. Dejo de tener un contacto viviente interior y positivo. Dejo toda sintonía con lo vivo de cada persona y dejo de percibir sus estados internos. Como consecuencia de todo esto, ha nacido en mí, una suerte de diablo que ocupa mis más íntimas entrañas y me dirige. Es como un personaje, árbitro o juez, que sustituye a mi ser real y a la vida real. Su reinado se sitúa en mi mente y tiene una estructura que es el resultado de la presión interior y de la presión exterior que recibo. Es decir, es una suerte de yo idea de lo que soy y como obedezco a este personaje que siempre se sitúa en mi mente justo entre mis impulsos positivos, pero no usuales, y el impacto social. Sólo mis mecanismos reales son los que pueden curarme y lo hacen. Es decir, el personaje irreal que me domina, es sólo una función externa, accidental, añadida, útil para esta función de controlar impactos, pero no representa mí propia verdad ni mi propia realidad del mundo. En el momento en que lo fui creando en mi, este personaje me fue dividiendo, y así dejé de ser yo mismo, para ser la dualidad entre el futuro y lo prohibido, que podríamos llamar inconsciente, o mundo reprimido, puesto que cuando más reprimo a mi yo auténtico, más necesidades y veleidades futuras me reclaman. No son otra cosa que imágenes invertidas del inconsciente, situado en el futuro. Gran parte de este conflicto fue instalándose con la actual educación.

Mi vida queda presa en esta dialéctica constante, una lucha entre todo lo que yo rechazo en mí, aquello de lo que huyo, y lo que yo deseo, necesito o espero llegar a ser un día. Hay cosas que temo, que rechazo porque no son buenas, pero también hay otras que sí son buenas, que son las que yo espero llegar a vivir. Aquí, lo malo no tiene un carácter necesariamente moral, sino que adopta un carácter general y de conveniencia. El que yo me manifieste en un momento dado como violento, en lugar de más o menos educado, es algo que puede no tener que ver gran cosa con la moral, pero en cambio para mí, socialmente, es un mal. Por lo tanto, yo huiré, huiré de ciertos gustos que pueden ser mal vistos socialmente, porque lo que yo busco es una afirmación social; por lo tanto, mi bien está en vivir cosas que a la vez sean importantes y estén aceptadas por los demás. Este puede ser el éxito social, el ser rico, famoso, el ser espiritual (al modo social), etc. Cada cosa, cada persona es algo que ayuda o se opone. Por lo tanto, mido las cosas y las personas, sólo en función de lo que para mí representan. Ellas valdrán según mi propia valoración egocéntrica. Estas falsas valoraciones hacen que todo yo me convierta en un ser excesivamente susceptible, por lo que todo lo que vaya a favor de mis necesidades, lo viviré como bueno y todo lo que no, como malo. Aquí se explica gran parte de nuestros disgustos, desengaños y desilusiones, porque estoy esperando de las personas que me den afecto, seguridad, valoración, importancia, apoyo, lo que sea, y como yo veo a las personas desde estas perspectivas tendenciosas, cuando, en lugar del papel que les tengo asignado, actúan de un modo diferente, entonces me siento frustrado, engañado, tratado de un modo injusto, y siento una gran suseptibilidad y desilusión, un gran disgusto. Es decir, tiendo a deprimirme y a vivir todas las situaciones como una especie de batalla personal. Ya no vivo la situación real por sí misma, sino que, cada vez es como si estuviera en juego mi afirmación o mi rechazo. Esto explica porque reaccionamos de un modo tan exagerado, porque unas palabras, unas acciones sin importancia, nos hacen tanto daño en un momento determinado. Porque estamos viviendo no la situación de un modo objetivo, tal como son, sino por la afirmación o rechazo que nosotros les damos y esto nos hace sumamente susceptibles y débiles en el contacto social y el mundo real deja de existir. Mi ser real ha muerto.
Aquí hay puntos áridos que hay que examinar para llegar a la raíz de la problemática y por lo tanto a sus soluciones. El error estriba, en primer lugar, en que yo confundo mi realidad profunda, con mi personaje irreal, ideal, idealizado, idealizante extemporáneo y enajenante. Él separa mis impulsos de lo que es el mundo exterior. No me deja vivir en mis mecanismos profundos, en mi autenticidad, sino sólo en lo que se relaciona con algo exterior. El árbitro pasa a ser el protagonista y lamentablemente, se adueña de mis decisiones razonando por mí. No vivo más, estoy muerto y todo el resto de las personas también, todos son personajes de ficción. Es la reivindicación misma de todo lo prohibido. Falsea todo lo que yo creo merecer, falsea el valor que atribuyo a las palabras y acciones de los demás respecto de mí; todo lo interpreta de acuerdo a este personaje que creo ser o quiero llegar a ser. Todo esto es el origen de la tensión y de la angustia, las cuales son también artificiales y no tienen una base real y auténtica. Resumiendo, todo procede de una deficiente actualización de nuestras energías, de una deficiente consciencia y de una enajenación por parte de dicho personaje que me divide en dos: el mundo propio y el exterior, y trata en todo momento de buscar su afirmación por oposición a un mundo real rechazado, y que cuando quiere ser mi árbitro lo descubre y lo mata..
Las energías vitales y afectivas, son las que nos hacen funcionar todos nuestros instintos de conservación y de activación orgánica, así como de combatividad y se expresa a través de los impulsos, y movimientos afectivos y emocionales que van estructurando (haciendo) nuestro organismo, nuestras funciones y también nuestra conciencia que pasa a ser la del árbitro. De una formación y educación total depende, nuestra fortaleza afectiva y psicológica. Gran parte de nuestros problemas proceden de, que nos vivimos con debilidad, con inseguridad. La seguridad o la debilidad y gran parte de todos los problemas, están en función directa del grado de energía y educación total que expresemos al vivir. Por culpa de la educación actual, los problemas no se resuelven. Estos problemas no se resumen sólo con libros, consejos, palabras, etc. Sólo se resuelven por medio de la movilización activa y real de energía. Esto es lo único capaz de darnos una conciencia cada vez más intensa, más profunda, más segura de nosotros mismos. Es lo único capaz de erradicar todo personaje y todo idealismo para que pueda aflorar el yo auténtico y ancestral que todos llevamos adentro. Este aparece cada vez más hasta quedarse, cuando experimento con toda mi capacidad la acción activa de vivir en la totalidad de la vida. Cada vez que estoy haciendo algo, adquiero una conciencia de mi relación a aquel algo; esa conciencia y la suma de otras de mí con relación a lo que hago, es el yo real.
Gran parte de nuestros problemas consisten en que hemos vivido, sí, unas cosas, pero otras, solamente las hemos pensado, y el pensar no puede sustituir a la realidad de vivir en la educación actual. El desear, el imaginar, o el razonar, nunca pueden sustituir a la acción directa. Es nuestra verdad. Yo soy exactamente lo que he ejercitado. Podré opinar lo que quiera, podré soñar que soy un gran personaje, o imaginar que soy muy poca cosa, pero aparte de lo que sueñe, aparte de toda fantasía, es sólo una opinión, yo soy exactamente lo que he ejercitado, y esto en todos los niveles, desde el más material hasta el más espiritual.
La vida me está pidiendo que todo yo sea expresión, que todo lo que soy y tengo, lo entregue de un modo inteligente, que lo utilice en mi vivir, que lo invierta en mi existencia cotidiana, en mi energía física, en mi salud. ¿Para qué lo quiero si no es para vivir, para trabajar, para andar, para amar. ¿Para qué quiero mis sentimientos, mi capacidad de amar, crear, hacer, reír, si no es para poder expresarlos y compartirlos e iluminar con mi luz, la luz de los demás?. En la medida en que guardo algo, estoy subvirtiendo, estafando la vida, me engaño a mí mismo. Esto es lo que hay que ver, del sentido total de la vida. Porque para eso la tenemos, para vivirla completamente, hasta el fondo y cada instante de ella debe ser un acto total en el que debemos brindarnos a vivirla como si nuestras puertas interiores estuvieran siempre abiertas. Aquí es donde la educación total importa.
La vida es un eterno proceso de dar y recibir, para lo cual debo estar siempre receptivo. A veces tememos a la receptividad porque con la acción sentimos que hacemos algo, que nos defendemos y nos afirmamos. En la receptividad tenemos miedo de ser dominados, de ser heridos, cambiados; vivimos la receptividad como algo negativo o debilitante. Bien, la receptividad se convertirá en una experiencia afirmativa para nosotros cuando aprendamos a vivirla con dos requisitos: primero, que yo aprenda a estar en cada momento bien consciente de mí mismo, y segundo, que yo aprenda a estar receptivo en simultaneidad con mi mente y con mis sentimientos. Y esto sólo puedo hacerlo cuando descubro que el otro es algo interesante, es decir, cuando amo al otro, cuando me intereso por él. Al interesarme por él, le concedo mi atención y ésta no es sólo auditiva, sino mi sensibilidad afectiva. Entonces la escucho simultáneamente con el corazón y no sólo por sus ideas, razones o palabras; es fundamental expresar todas nuestras energías, en especial, las físicas vitales y afectivas, pero es importante también hacerlo con algunos requisitos. El primero debe ser no expresar en lo posible nada negativo; es negativa la expresión de mis reivindicaciones, de mi necesidad de afirmación, que tienden a disminuir la realidad o la afirmación de los demás. El segundo requisito es expresarse con la máxima intensidad posible. Esto es muy positivo para obligar a las fuerzas del inconsciente a que salgan y se expresen. El tercero es hacerlo con la máxima continuidad. El trabajo psicológico hay que hacerlo día a día, de instante en instante y en la vida cotidiana, con perseverancia. Otro requisito es que en todo momento nos adecuemos a cada situación exterior.
           Estos cuatro puntos son sólo  parte de una realidad práctica de educación total. Pero debemos recordar que las otras personas y sus realidades personales se encuentran sustituidas por personajes. Hay necesidades que deben satisfacerse; cuando ello no ocurre se produce una disminución y/o deformación en el desarrollo de las personas (en su fortaleza y potencia física, afectiva, emocional, intelectual, etc.). Ello sucede generalmente por falta de oportunidades de trabajo, o por falta de colaboración y educación total, juntamente con los otros re­cursos que permiten el ejercicio pleno de la vida. Si dichas faltas no se resuelven, es imposible incrementar la concien­cia, aprender, perfeccionarse, elevarse en la personalidad, el carácter, la cultura, o ejercer eficazmente el trabajo y educación para la totalidad del vivir.
          Ante estas situaciones, sólo quedan las alienaciones im­puestas por un falso árbitro creado por nosotros mismos, a través de nuestra propia mente. Dicho árbitro viene a imponer su propio juego sucio, ocupándonos como por una usurpación y para explotarnos, e influir desde la mente en nuestras decisiones, en nuestra conducta, en nuestra inteligencia, y en nuestra objeti­vidad. ¡Y aún así le damos la bienvenida! Kennet Arrow dice en Economic Philosophy, refiriéndose a un concepto parecido a éste en Joan Robinson: "La miseria de no ser explotado por los capitalistas no es nada comparada con la miseria de no ser explotado en absoluto".
      Creamos ese referee, lo adoptamos como remedio, y él se refugia en nuestra mente para arbitrar necesidades impuestas entre el exterior (generalmente la sociedad), y nuestras necesidades interiores.
       "Quiero pero no me atrevo" a despertar las quejas, críticas y sanciones, Y la otra, la que "no quie­ro", pero me piden o imponen hacer y me parece que es mucho sacrificio, peligroso, que no vale, que no va con mis ideas, gustos, mi modo de ser y digo: "Yo soy así", o sea así estaré vigilando, controlando constantemente y acompañado en mis miedos, debilidades y carencias, por ese arbitro.
       Entonces, mi mente ya no cumplirá su función primordial y objetiva de reflejar,  como un espejo,  los hechos reales tal cual son,  sino como ese "arbitro" quiere que sean. Si nada se me da,  apelo a lo que arrogo que debe ser; apelo con hechos, retos, reniegos y clemencias, hacia formas ingenuas de justicia, ignorando que por ley de la naturaleza,  los débiles son usados en beneficio de los egos o árbitros más fuertes (si bien los dere­chos se hicieron para los débiles, es el fuerte el que los hace valer).
"Puedo", "no puedo", "quiero", "no quiero", "debo", "no debo". Actuó de un: modo ciego, miedoso, personal y conflictivo. No es más mi mente que imparcialmente refleja la realidad, ni tampoco mi volición, afecto, valor o inteligencia. Sólo re fleja el miedo y la conveniencia de ese arbitro. No es más mi infinita valentía, poder y amor que es mi auténtica realidad. Es el referee quien ahora ocupa toda mi existencia de un modo totalitario, muchas veces sin yo quererlo ni saberlo, me quita espontaneidad, mis sentimientos más profundos, y me priva de satisfacer mis necesidades espirituales, éticas, científicas, solidarias, de entregarme a vivir plena e inteligente­mente, a la vez que, atenta contra mi salud, cuanto más me tensa al obligar a concentrarme en las ideas y órdenes que me impone. No veo más (como el científico en su microscopio el mi­crobio mortal) los hechos como son, sólo los veo, según mis debilidades que no son mías sino del árbitro artificial, que yo mismo he creado por falta de una educación total.
        Así me paso toda la vida interpretando a las personas, relaciones, ideas, cosas, hasta que todas éstas son sólo símbo­los e imágenes con un grado de conveniencia o ilusión. Las personas no valen por ellas mismas y no me importa su mundo viviente. No siento por ellas, no comparto sus expresiones. Limito el amor sólo a las personas que se muestran como mis ideales: convenientes o no. Vivo solo en mis interpretaciones, ilusio­nes, postergaciones y evasiones indigestas, que serán luego el pasado no experimentado objetivamente.  Para acortar este tema tan difícil de sintetizar,  veamos el diagrama siguiente que trata de mostrar este personaje  ("arbitro"), que luego irá creando otros personajes siempre relacionados con el tiempo:
         Es ese "arbitro" o "referee" y no yo, el que se encarga de elegir, clasificar y controlar solo lo que él dice que me conviene o no. El tiene sus mecanismos,-sus códigos como en una gran computadora y me hace actuar como una máquina.
        Esa creación de la mente a lo que nos venimos refiriendo, nos hace reaccionar con formas, impulsos y hábitos mecánicos y automáticos, y nos despoja de nuestras potencias infinitas, para anularnos y sustituirnos por personajes ficticios, que no son nuestra verdadera persona. Lo hacen bajo indicación de ideas y modos de adaptación, defensa, comodidad, etc., que se hallan en las culturas no esclarecidas, para confundir a las personas con lo que más profunda e íntimamente son.
        Así también hace que confundan del mismo modo a los demás creando valores y juicios falaces, faltos de realidad, que están profundamente ligados a las situaciones políticas, econó­micas y culturales. Por lo tanto, es posible atenuar en gran parte sus efectos desde una  educación total, política laboral, moral, evitando que la gente vaya creando luego otros personajes proyectados por este árbitro, que siempre, estarán relacionados: con el tiempo. Ejemplo: Mi árbitro crea sustitutos del presente. Esto origina una deuda con la realidad, que voy acumulando en el pasado, y a la vez me hace magnificar el futuro que deseo.
Veamos estos tiempos, efectos y personajes: 1o) personaje ya descripto como el árbitro, juez o patrón. 2o) Este segundo personaje que dedicará su atención al manejo de todas las necesidades que por una razón u otra no que­daron satisfechas. Esto, al margen del déficit económico que arrastra, es también el déficit de actividad, de vida, de realidad, experimentación o de trabajo que se ha dejado sin hacer por imposición del primer punto.
         El primer personaje las ha reprimido y obligado a guardar en este segundo personaje, que es el depósito que los psicólogos llaman subconsciente y otras veces inconsciente, desde donde presiona con reacciones compulsivas, dando lugar a diagnósticos psíquicos y también físicos graves, que a veces confinan al individuo a sufrir cárceles y manicomios, o a tener deficiencias y situacio­nes conflictivas con el trabajo, con la familia, con la sociedad y con su propio cuerpo.
3o) Entre el primero y el segundo personaje, crean este tercer personaje, o sea que se realimentan mutuamente. Cuantas más frustraciones y deudas tengo con el pasado (o sea con el segundo personaje), más me evado del presente, más fuerte es este tercer personaje que se puede definir como magnífico y magnificador, ideal e idealista. Vive de ilusiones y postergaciones, y siempre en el futuro, toma a pecho todas las imágenes e imaginaciones. Se podría decir que este es un personaje positivo, si no fuera por su falta de cordura y sus nefastas desi­lusiones. Él es quien crea casi todo tipo de susceptibilida­des, tensiones, agresiones, complejos de inferioridad, pobre­za, conflictos laborales, angustias, etc., por medio de su mecanismo sobre evaluador de posibilidades, personas y cosas, y fundamentalmente por su interacción permanente con el segundo personaje (es decir, con el pasado). Siempre tiende a deprimirse o a agredir.
4o) Los personajes anteriores, le dan vida a un cuarto personaje que es el de la culpa, la crítica, la sed de justicia. Un vicioso del derecho con poco sentido del deber. Es muy ingenuo, leguleyo, débil y dice siempre "debería", "debe ser", "debía haber sido", etc. Es el personaje que impulsa generalmente muchos de los malos policías, nuestros actuales educadores, militares, políticos, empresarios, padres, gobernantes y a muchos de los que tienen algo que ver con la autoridad, como asimismo, el delito,  la vagancia,  la educación estereotipada, la corrupción,  la ventaja,  la especulación, etc. Siempre tienen explicaciones, justificaciones, evasiones que apañan y encubren su proceder de un modo racional. Evaden las respuestas objetivas para "defenderse".
Este último personaje es el centro de los conflictos y es la convergencia de los primeros. "Cree ser de un modo quiere ser de otro modo", y ello pervierte la realidad e impide que afloren los verdaderos valores que toda persona tiene.
El trabajo y la educación total no puede seguir siendo solo una función mecánica de la convivencia de aquellos personajes, donde todo queda irracionalmente fracturado y reñido, con la colaboración y la interacción individual como parte unitiva del conjunto.
Estas exposiciones del hombre y la naturaleza propia y externa ¿no ponen "la piedra en la rueda" a nuestro futuro, dejando en las tinieblas nuestro pasado? En absoluto, todo lo oscuro está dado por estos personajes. A estos es posible erradicar de toda la masa social a través de una adecuada política de trabajo, educación total y moral, auténticamente revolucionaria y objetiva.
En la historia de la humanidad, muchos personajes han vivido, en los hombres, para hacerlos trabajar sin saber cómo, ni para qué, ¿cuál es entonces la razón por la cual algunos científicos, guerreros, místicos y hombres de distintas condiciones, superaron a los personajes, a la tradición y a las culturas sociales circundantes, logrando ejercer su soberanía interior? Ellos vieron y observaron esos personajes de un modo objetivo. ¿Dónde se origina realmente toda la energía, toda la fuerza de vivir y voluntad de trabajar, y educarse. Toda la auténtica seguridad, li­bertad y orden? Nada puede producirlas si esas condiciones no se hallan vivenciadas en nuestra autenticidad interior. Nada más eficaz para experimentar esas vivencias que el trabajo y la educación total para extraer de raíz todo personaje.

               Una auténtica educación, es educir (propiciar la expresión de lo interno)  a través del trabajo, es necesario promover la educación total y al trabajo para que sea la materia prima, el agente del movimiento de nuestro mundo interior, de un modo auténtico y real. Puesto que, si bien el mundo exterior no nos da la energía que, interiormente ya poseemos, sólo él es el motor, y agente de to­do movimiento interior que va formando la conciencia, las funciones, las formas y la materia de nuestro cuerpo y psiquis.
        Analizaremos por otra parte el carácter eminentemente social y espiritual del trabajo. Este análisis puede tener cua­tro tendencias:
1) El análisis místico que nos lleve a comprender lo más pro­fundo de nuestro ser. 2) El análisis religioso y teológico que nos eleve. 3) El análisis del mundo externo que nos expanda y nos haga comprender lo interno a través de lo externo.
4)  El análisis de los personajes que nos permitirán ver la con fusión de una oscuridad abismal hacia muy abajo.
       Cuatro caminos, que al fin son convergentes, aún el de los personajes, puesto que sin la aceptación de ellos, nunca los advertiríamos y solo el verlos objetivamente nos permite inactivarlos. Si este universo es energía y ella se manifiesta en la materia y el movimiento, debemos deducir que la totalidad de la vida y el universo mismo, son trabajo. Cuando de trabajo religioso se trate, si se hace sin superar los personajes psicológicos, son ellos mismos los que crean las condicio­nes devotas de acuerdo a su propia identidad e interés. Ello, sólo crea ignorancia, superstición y miedo, y no sirve para la educación total, el trabajo productivo ni religioso ¿cómo hemos de ser religiosos sin elevar al máximo la expresión espiritual en el trabajo? Sin atender nuestros simples planos horizontales la convergencia hacia arriba es solo una contradicción y un desorden.
        El desarrollo económico, como el desarrollo espiritual, son consecuencias. Nada hacemos con prácticas elevadas de es­piritualidad si no hemos madurado como personas, ni hemos su­perado los problemas psicológicos y nuestra persona es un con junto de personajes. Vemos a diario esta contradicción en organizaciones, países y personas.
        Si no acordamos las prioridades y complementaciones entre lo físico y lo espiritual nos guiará el desorden. Sólo en me­dio del trabajo, de los problemas familiares, económicos, se­xuales, culturales, de salud, de personajes, etc., y sin rehuirlos, aprehenderemos la máxima libertad, valor, poder, orden,  felicidad, amor e inteligencia,  lo cual equivales a una entrega total a lo real y superior, que es  la vida misma. Ello se logra viviendo activa y lo más conscientemente, el mundo exterior que nos lleva a comprender y a hacer consciente el mundo interno. Si así no ocurre, todo queda postergado, idealizado e inmovilizado en lo interno, lo cual genera personajes, tensiones, enfermedad y desgracia individual y colectiva. Ello es retraerse, resistirse, negarse y subvertir la realidad de la vida, sustituyéndola por un miedo cobarde a responder a sus desafíos tal cual se dan.